Benito de Nursia. San
                [932](480-547)

 
   
 

 

 

   Benito de Nursia fue el gran educador de Europa, debido a la maravillosa obra que inició por medio de sus monasterios, por el ritmo de vida que imprimió en ellos y por el eco beneficioso de sus orientaciones y de sus intuiciones socia­les y eclesiales.
   Europa será múltiple por los pueblos que la forman; pero, con San Benito, latirá en ella una unidad polivalente y una fuente de creativa energía cristiana, inspiradora de la civilización occidental.
   Fue contemplativo vuelto hacia los hombres. Nunca mandó a los demás nada que no pudiera ofrecer como testimonio en su vida. Su corazón se mostró duro con los fuertes y tierno y comprensivo con los débiles.
   Entendió como pocos lo que vale la vida cotidiana y sencilla del hombre que trabaja y la distancia que existe entre el ideal y la realidad. Tuvo un tacto peculiar para orga­nizar la vida de los seguidores que a su lado se encaminaron hacia el cielo. Se entregó sin medida y con enorme espíritu de sacrificio a todo lo que Dios le fue pidiendo.
  Y fue capaz de ofrecer consignas y marcar cauces que sirvieran para hacer de la vida un proyecto divino encarnado en lenguajes terrenos. Para lograr su ambicioso proyecto de santidad, quiso tener hombres íntegros en sus monaste­rios. Su acierto estuvo en convertir a cada uno de ellos en escuela de trabajo y oración. Por eso su lema "ora et labora" sigue vivo hoy.

  1. Vida

  480. Nace en la comarca de Nursia, en la zona de Sabina, de familia distinguida. Tiene al menos una hermana gemela, según la tradición, llamada Es­colástica.
  492. Los Ostrogodos invaden y se establecen en Italia. Su rey, Teodorico, intenta rehacer el orden, el comercio y la paz.
  496. Es enviado a Roma, bajo la protección de su nodriza, para estudiar Gramáti­ca y probablemente Derecho. Queda de­fraudado por el ambiente vicio­so que domina entre los estudiantes advenedizos.
  498. A la muerte del Papa Atanasio II, conoce las divisiones entre los dos candidatos a sucederle: Símaco, elegido por el clero romano, y Lorenzo, antipapa elegi­do por influencia de los bizantinos.
  502. Abandona los estudios y se retira a la soledad de Subiaco, después de des­pedir a su nodriza y cuidadora. El monje Román le facilita el hábito y le proporciona alimento en la gruta en la que se refugia durante tres años.
   505. Se le juntan diversos eremitas, a los que edifica y adoctrina en el espíritu de su estado. Es obligado a ser Abad de un Monasterio cercano.
   509. Sus exigencias de ascesis le ena­jenan la voluntad de los cenobitas, que intentan envenenarle. Vuelve a la sole­dad. Con los eremitas seguidores y con el estilo de los solitarios de S. Pacomio, organiza doce monasterios con doce ce­nobitas cada uno. Pasa los años en la oración y ani­mación de los mon­jes.
   529. Las persecuciones del sacerdote Florencio contra él y sus monjes le mue­ven a abandonar Subiaco. Se instala en el Monte Cassinum, antigua ciudadela etrusca y romana. Establece el primer monasterio sobre aquellas ruinas y se dedica también a las nece­sidades de la gente de la zona, repartiendo limosnas y alimentos.
   530. Probable año de redacción de la Regla de los monjes, bajo el espíritu del trabajo y de la oración: "Ora et Labora" será el lema milenario que la inspira.
   535. Se desencadena la guerra de Justi­niano I contra los Ostrogodos. Abun­da el hambre y la peste. El monas­te­rio socorre a muchos mendigos y acoge a nuevos mon­jes. Se junta con él su her­mana Escolástica, para fundar el monasterio femenino cerca de Montecassino. También por esos años envía un monjes a fundar Terracina.
   543. Su fama se ha extendido enormemente. Le visita el rey ostrogodo Totila, que intenta engañarle sobre su personalidad, pero a quien el santo descubre, increpa sus crueldades y profetiza su pronta muerte. Muchos nobles le confían sus hijos para que los eduque. Son famosos los niños Mauro y Plácido.
  547. El 10 de Febrero le visita su her­mana para conversar espiritualmante. Ante su negativa a prolongar la conversación, la hermana ora y se desencadena una tempestad. Seis días después, ve el alma de su hermana subir al cielo y entierra su cuerpo en la sepultura que tenía preparada para sí. El 21 de Marzo del mismo año muere y es ente­rrado en otra sepul­tura que había ya preparado.

   2. Escritos

   Se conserva suya "La Regla de los Monasterios", sin complementos y  sin comentarios. Es  el escrito que le define y resulta suficiente para descubrir todo lo que late en este hombre singular, in­fluye­nte, clarividente, genial.
   Su sentido del orden y su inmenso corazón humano, su extraordinaria sen­satez y su valoración de la austeridad, del trabajo, de la familia y de la solidaridad entre los hombres, su finura espiritual y su gran intuición, hacen todavía hoy a este incom­para­ble Patrón de Euro­pa el mejor regalo de la Providencia.
   Su obra produjo frutos durante mil quinientos años. Su dinamismo saltó de los monasterios al mundo europeo, que en su tiempo se construyó sobre los funda­men­tos del fenecido imperio romano.
   Cada centro monacal, impregnado de su sentido prácti­co y de su amor a la justicia, de su espíritu trascendente y de su sensibilidad social, fue un magnífico puntal en la construc­ción de la Europa que entonces se reestructuraba y de los reinos que tejerían durante siglos su rico mosaico de razas.

   3. San Benito educador

   La pedagogía que se deriva de la sabia Regla de S. Benito y de su inmen­so sentido común bien merece el calificativo de Pedagogía de valores humanos:
   -  La seriedad y el esfuerzo, la expe­riencia y la lucha por los ideales, la soli­da­ridad y la colaboración, la disciplina y la eficacia en el trabajo, fueron sus fuer­zas directivas.
   -  El testimonio de la vida monacal, síntesis magistral­ de la nobleza y de la sencillez, de la paz del contemplativo y de la intensa energía del director de almas, de las riquezas de la mística y de los apoyos de la actividad bienhecho­ra, brilló en su corazón de patriarca.

  -  El respeto a la persona y el aprecio sobresaliente a la comunidad, en la que tanto creyó, se armonizó con las fuerzas del espíritu y el respeto a la naturaleza que tanto resaltó.
    No eran esas riquezas patrimonio de los nuevos pueblos jóvenes que habían sustituido al Imperio romano. Había que acos­tumbrar a hombres de guerra al trabajo de cada día, a superar la rapiña y la ley del más fuerte.
    Cada monasterio regido por la Regla de S. Benito fue un foco de civilización. No sirvió sólo para hacer santos a los monjes. Consiguió hacer honrados a los bárbaros, a los extranjeros, a los guerreros, a los campesinos. Nunca pudiera haber nacido la Europa que hoy conoce­mos sin las escuelas monacales, sin los hombres bondadosos que en ellas trabajaban con sus manos entre plegarias.
    La pedagogía de San Benito late con vigor en la Regla que escribió, como fruto de su experiencia personal y de las gran­des dosis de esfuerzos acumulados en la vida comunitaria y monacal. Ella ha sido una fuente de inspira­ción humana a lo largo de los siglos.
    Si San Benito no hubiera forjado sus monjes bienhechores, la justicia y el dere­cho no hubieran entrado tan honda­mente en la entraña de la cultura cristia­na de Occidente. No se habría forjado la historia de la Iglesia con algo fundamental que siem­pre ha brillado en ella: el amor a la cultu­ra como cauce de la fe, el respeto a la ciencia como soporte de creencias, la solidaridad humana como pórtico de la caridad.

  4. Influencia en la Iglesia

   Ha sido inmensa a lo largo de 1500 años. El secreto estuvo en el humanis­mo de las consignas encerradas en la Regla benedictina, la cual imponía muy poca austeridad y ascetismo: tenían que dispo­ner de la comida, ropa y abrigo ade­cua­dos; depen­diendo de la época del año y de las fiestas litúrgicas, los bene­dictinos destinarían entre cuatro y seis horas para celebrar el Oficio divino y siete horas para dormir.
    El resto del día se dedica a trabajar (agricultura, biblioteca, monasterio), a la lectura religiosa y a la meditación. El abad es la autoridad máxima, aunque él mismo está sujeto a la Regla y debe con­sultar con la comunidad sobre los asuntos más importantes.
   Con sus sabias consignas, la Orden fue multiplicando los monasterios por mu­chos países del Centro y Oeste euro­peo. Hasta el siglo XI, en que aparecen los Canónigos agustinos, y hasta el XII, cuando surgen las Ordenes mendicantes y los contemplativos, fue durante seis siglos la única Orden monacal de Occidente. Para cuando pierde la hegemonía en el siglo XIV había ya aportado a la marcha de la Iglesia, se­gún datos de 1354, 24 papas, 200 car­denales, 7.000 arzobispos, 15.000 obis­pos, 1.560 san­tos canonizados y 5.000 beatos.
   En el siglo XIV la orden benedictina contaba con 37.000 miembros. Sufrió mucho con la Reforma protestante y se redujo a 5.000 a finales del XVI.
   A pensar de las oleadas de "reforma" que sufrió la Orden: Cluny en el siglo XII, el Císter en el XIII y la Trapa en el XVII, el espíritu benedictino, el que late en la insu­perable Regla Monástica de su fun­dador, permanece vivo hasta nuestros días, produce frutos de santidad y es fuente y ejemplo de creatividad, de forta­leza y de serenidad.